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Natalia Valdez

Ing. Informática

Asunción, Paraguay.

Cuando tenía 12  años mi familia y yo estuvimos en un gran incendio en el que murieron más de 300 personas, entre ellas mi papá y una de mis hermanas. A partir de ese momento nada volvió a ser lo mismo. De un día para el otro mi vida tal como la conocía se había evaporado y consigo se habían ido todos mi sueños y mi felicidad, dejándome con una gran sensación de impotencia e injusticia.

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Desde ese momento viví la vida con mucha tristeza, sin poder aceptar lo sucedido. Lloraba mucho, me preguntaba ¿Por qué sucedió esto? ¿A dónde se han ido mis seres queridos? ¿Por qué ellos y no yo? ¿Cuál es el sentido de mi vida? Me sentía enojada con Dios. Dentro de mí solo había sufrimiento, era muy nerviosa, pesimista y siempre estaba estresada. Tenía muy mal carácter, era orgullosa y creía que solo yo estaba en lo correcto, pensaba solamente en mí y nunca en los demás, por eso siempre terminaba lastimando a las personas y esto me hacía sentir aún peor. Mi felicidad era momentánea y frágil.

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A medida que pasaban los años cada vez le encontraba menos sentido a vivir de esta manera pero no quería ir al psicólogo, ni me atraía ninguna religión porque había dejado de creer en Dios. No fue hasta los 23 años cuando empecé a meditar luego de haber escuchado la experiencia de una persona en la radio.

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Desde el comienzo encontré súper lógica la explicación del origen de nuestro sufrimiento y me parecía genial que fuese algo personal e introspectivo sin intervención de la opinión de otra persona sobre mi vida ni mucho menos reglas sobre qué es bueno, qué es malo, qué hay que hacer y qué no. El primer cambio que sentí fue que pude empezar a dormir mejor, tenía menos pensamientos y por momentos me sentía feliz ¡sin motivo aparente! A medida que iba avanzando  cada vez se me esclarecía más la mente y sentía un gran alivio. Empecé a ser mucho más atenta y empática con las personas a mi alrededor.

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Al desechar toda la carga que estaba llevando en mi mente, mi pasado dejó de atormentarme y empecé a disfrutar de mi presente, incluso a veces sentía que debía estar triste por algo que había sucedido, pero no lo estaba, porque eso que antes me hacía sentir mal ya no existía dentro de mí.

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Todo el proceso por el que uno pasa haciendo esta meditación es sumamente gratificante porque uno se supera a sí mismo, encontrando la respuesta a todas sus preguntas y una paz y felicidad incomparables a lo que cualquier otra cosa te podría dar.

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Con esta meditación desarrollé mi espiritualidad, hice las paces con Dios y encontré el cielo dentro de mí. Ahora la felicidad me acompaña todos los días y me siento muy afortunada y agradecida con todo y con todos.

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